La vida de un futbolista dura más
de 90 minutos, comienza tras cada pitazo inicial. Escudos, camisetas e hinchas
desaparecen para dar paso a la realidad.
Aquel momento donde combinan sueños con tristezas y dramas con lágrimas cargando
recuerdos que siempre estarán en su corazón.
Sus guayos son junto a sus pasos,
el camino que han recorrido y cada tache simboliza los tropiezos y aciertos que
han marcado su vida.
Cada gol, representa un “jaque
mate” a todas esas veces que no creían en ellos, a todas esas ocasiones en que
pensaron que algo era imposible.
Los deseos de superación,
siempre terminan siendo más grandes que cada gol en contra que recibe el
portero que todos llevamos dentro, frente al gran arco que es la vida.
Cada fuera de lugar, nos
permite entender. Que hay mil formas de remediar una mala posición. Que siempre
tendremos la oportunidad de reivindicarnos y corregir cada uno de nuestros
actos.
El fin de la vida, es
encontrar la forma de ser felices. No siempre mediante una Copa, un mundial, un
balón de oro. Simplemente con las pequeñas cosas que nos da la vida. Con la
sonrisa de un hincha que nos ve como ídolos, por como gambeteamos cada pase del
rival.
Es mayor la motivación, cuando
somos felices sin buscarlo. Cuando nos apasionamos por algo sin remedio. Cuando
nos creen locos por meter un autogol. Cuando gritamos un gol hasta rabiar. Cuando
nos ponemos las manos en la cabeza porque nos comimos un penal.
Somos felices cuando en vez de
“echarle la madre” al otro, nos ponemos en su lugar. Cuando respetamos que no
todos somos del mismo color, que hay diferencias. Que puede haber jugadores que
no jueguen a nada. –No todos tenemos las mismas habilidades- Y justo ahí, cuando
entendemos el porqué de lo que somos y de nuestra esencia, disfrutamos hasta el
entretiempo del partido.
No dejemos que la vida pase entre los dedos, entre las horas. En la banca, como espectadores. Decidamonos a jugarla. A jugarnos las cartas necesarias para ganar el partido. -Utilicemos nuestras mejores tácticas-
Siempre habrá en nuestro gran
estadio que es la vida, victorias y derrotas que si afrontamos con valentía las
sabremos manejar, mejor que Messi con el Barcelona.
Que nunca sea un obstáculo,
una tarjeta roja. O no tener para comprar la boleta para ver al club de sus
amores. Que sea una oportunidad para crecer y nunca desfallecer. Que luchar por
nuestros sueños sea el motor de nuestra fábrica de la pasión. De todo eso que
nos hace palpitar el corazón. Porque algo de lo que estoy segura, es que “Somos
el tiempo que dedicamos a nuestros sueños”.